martes, 3 de julio de 2012

Este es mi mundo

¡Hola!

Os traigo hoy este relato, primer clasificado del 1º Certamen Vórtice de Valentia Autores y publicado en el libro del mismo nombre. Se trata de una historia de ciencia ficción, un relato de un mundo muy lejano, en una época desconocida. Se titula "Este es mi mundo", ¡espero que lo disfrutéis!







La “tarea” para ese día de aquel ser, cuyo nombre sonaba algo así como “Guilauma” para oídos humanos, había sido vislumbrar las luces del mar. Tras haberse desplazado por glaciares y valles de hielo, había llegado a un desfiladero cercano a una cumbre. Allí, mientras olía la tierra gris que el viento había dejado y arrinconado en una parte de aquel mirador, observó hacia adelante hasta que sus ojos encontraron la lejana costa, a cientos de kilómetros de distancia. La contempló con sus ojos pequeños, de tonos tornasolados y sin pupilas, mientras su piel brillaba levemente con distintas gamas.
El viento helado debilitaba su cuerpo cada vez con más intensidad. Su organismo era muy endeble y cualquiera pensaría que en un momento dado se resquebrajaría por completo. En cambio, su naturaleza espiritual altamente desarrollada permitía a su cuerpo no envejecer y, a su vez,  alimentaba su vida. Pero ésta acababa cuando lo hacía el ímpetu de su espíritu, o cuando pasaba mucho tiempo desde su último contacto con agua.
En aquel mirador permaneció durante mucho tiempo, tanto que las horas fueron transcurriendo, hasta que un nuevo día recibió inesperadamente a aquel ser. Cuando sus sentidos se activaron de nuevo, era demasiado tarde.

La gran luna se elevó en la primera hora del día sobre el cielo. Envuelta en una tenue capa de nubes, reinaba con su dimensión sobre la cúpula del mundo. Entre tanto, el ser se deslizaba a través de tundras de grises tapices mientras notaba que su débil y blanco cuerpo perdía la poca fuerza que le quedaba. Su espíritu, el sustento de su ser, estaba también debilitado por lo que no podía mantener por más tiempo en pie a su envoltorio material. Llevaba muchas horas sin que el agua lamiera su piel cuando encontró una pequeña charca cerca de las faldas de otras cumbres. Su espíritu se alivió.
En el momento en que sintió el agua cubrir su cuerpo, sus reflejos alcanzaron a reaccionar, haciéndose más etéreo. Estuvo un rato así, metido en el agua, hasta que salió completamente recuperado. Aún extasiado por el proceso de recomposición de su espíritu no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde de que no estaba sólo. Notó una fuerte presión en su brazo derecho y su blanda piel cedió ante el apretón. Se giró y comprobó que era una mano humana.
Guilauma intentó utilizar sus recursos para evadir la presión física, pero no pudo librarse de ella. Pronunció unas palabras incomprensibles, resignado.
El humano, que veía uno de aquellos seres por primera vez, respondió con una pregunta.
— ¿Qué eres? —le inquirió su captor, con una actitud de curiosidad.
El individuo de ojos tornasolados respondió con el término con que su gente se conocía a sí misma. Debatió internamente el por qué no había detectado la presencia de un humano y cómo había ocurrido que aquél lo hubiera atrapado y que aún lo retuviera.
El humano no habló, incrédulo además con aquel encuentro. Pero el ser no tuvo miedo a pesar de que poco podía hacer para entenderse con aquel humano.
Podría suceder que el hombre se inclinara por ver más allá, y que él, Guilauma, le iniciara en el conocimiento de su pueblo. Pero sería más probable que la gran luna saliera todos los días a la misma hora y que jamás lograra ocultar la luz del sol en su viajar por el cielo de aquel mundo.

 “Esto no debe ser comestible”, pensó Xuread. No pensaba soltar a aquel ser, pero tampoco quitarle la vida. Estaba seguro que debía de ser un extraterrestre. Nunca había tenido la oportunidad de ver ninguno, aunque se contaban leyendas de avistamientos de alienígenas desde hacía tiempo.
Lo siguió sujetando con fuerza mientras lo miraba con interés. Jamás se los habría imaginado así. Aquel hombrecillo medía algo menos de un metro y medio. Su piel, completamente desnuda, era algo gelatinosa y blanquecina aunque no tanto como el blanco de la nieve. Poseía una cabeza algo ovalada, no tan redonda como las cabezas de los humanos. Y sus dos ojos pequeños se hallaban casi en solitario en una cara alargada. Una boca fina casi como un hilo de seda cruzada el rostro de un lado al otro. No había  rastro alguno de orificios nasales.
Aunque no sabía muy bien qué hacer con él, Xuread decidió quedarse con el extraño humanoide por un tiempo. Se hallaba lejos de su pueblo pero no estaba seguro de que debiera llevarlo ante su gente.
Así que ocupó los días siguientes a vigilarlo. Anduvieron errantes hacia el oeste, a veces al sur, otras hacia el norte. Encontraron plantas que aún crecían en la helada cordillera y, cuando el muchacho tomaba sus frutos o sus tallos para llenarse el estómago, se preguntaba si aquel ser se alimentaba de alguna manera. Pero todas las veces que le ofrecía de comer, el ser rechazaba. No hablaron los primeros días pues Xuread no conocía manera alguna de hacerse entender con él.
Se preguntó de qué mundo habría venido y elucubró sobre cómo habría llegado hasta allí. Se decía que los alienígenas conocían el secreto de los viajes espaciales y que visitaban el mundo desde hacía tiempo. Aquello sin duda era fascinante para Xuread.

Guilauma fue muy cuidadoso. Tal vez ese bruto al final comprendiera, pero no se arriesgaría a molestarlo así porque sí, tenía que estar seguro. Y eso fue haciendo en los días que pasaron, asegurarse de que el espíritu del humano poco a poco se domesticara, aunque pareciera que era a él a quién domaba.
Llegaron días de bruma. La niebla era tan densa que no dejaba ver más que unos cuántos pasos adelante. Guilauma apenas conocía la lengua que hablaba el humano y, por supuesto, éste último desconocía por completo el idioma de su pueblo; y poco entendía del dialecto humano en el que Guilauma se intentaba hacer entender. Pero de todas formas, al oírlo, se relajaba, y, sin soltarlo, lo contemplaba ansioso. Así fue como Guilauma supo el nombre de su raptor y que provenía del sur, donde la tierra no era tan helada. Intentó ser lo más sumiso posible. El humano reaccionaba bien, no tenía arranques violentos ni nada parecido, solo lo llevaba intuitivamente agarrado como a un botín.
Fue de la bruma de lo primero que Guilauma le habló, gesticulando mucho con su brazo libre, de verdades y leyendas que sabía sobre la bruma. Eso ocurrió cuando Alios asomó por novena vez en el cielo desde que se encontraran por primera vez, produciendo una extraña claridad entre la neblina. Al décimo viaje del astro sobre el cielo anaranjado, el humano, sin darse cuenta, dejó de sujetar a su presa.
Cada vez hablaron más y más. En realidad el humano lo que más hacía era preguntar, sólo en ocasiones intentaba relatar alguna de sus experiencias. Y, de charla en charla, ya los gestos fueron menos necesarios, los términos se hacían más entendibles o al menos se reforzaban las convenciones. Guilauma se sorprendió, su raptor no lo trataba ya con recelo. Si hubieran tenido más tiempo hasta podría haberlo considerado un “amigo”.

Nunca preguntó Xuread a aquel ser por qué no lo había abandonado. Anduvieron meses entre los desiertos glaciares y las montañas heladas. Luego llegó el periodo de oscuridad diaria, jornadas de incertidumbre, frío y desaliento. Guilauma usó su aura para generar luz y el humano aportó sus conocimientos sobre artilugios para sobrevivir a la noche larga.
A estas alturas Xuread era otro. Había abandonado a su pueblo para comprender el mundo y ser considerado mayor de edad, como era tradición entre los suyos pero nunca se habría imaginado el contacto con un ser que parecía venir de otro mundo. En aquellos días, no obstante, empezó a notar algo extraño. Aquel ser parecía conocer el mundo más que él mismo y Xuread llegó a verlo como a un maestro. Se sintió incomprensiblemente un extraño en su propio mundo.
La presencia de Guilauma era un doble regalo; por un lado era una inmensa fuente de información y, por otro, descubría cuán sorprendentemente le importaba a él mismo el prójimo, aunque fuera un extraño de otro mundo.
Bajo la oscuridad permanente, Guilauma comenzó a hablar del futuro del universo y de las previsiones que su pueblo había hecho, de qué partes de aquel mundo dejarían de ser como son, y de cómo la tierra y la forma de ser de la gente que lo habitaba, cambiarían.
Cuando el tiempo oscuro pasó, Xuread pudo ver mejor a Guilauma y se percató de que no estaba bien. Su cuerpo tenía síntomas de debilidad, aún cuando su ánimo seguía como siempre. Comprendió entonces que la fuerza del espíritu de Guilauma le mantenía vivo y que ser la compañía de Xuread le había alimentado bien el espíritu. Sin embargo, había hecho grandes esfuerzos en los últimos meses, demasiado para los de su raza. Había usado mucho de su interior para conservar el calor de ambos y crear la luz sin la cuál no habrían podido avanzar, además de mantener las funciones vitales de su cuerpo. El ser dijo algo de rituales en su hogar, una de las formas con la que ellos alimentaban el espíritu.
Xuread supo que el agua alimentaba su piel y mantenía vivo su cuerpo. Así que se esforzó en buscar una charca. Cuando dio con una lo depositó en la orilla, con cuidado para que el agua bañara su piel. Pero comprendió también que ya ni el agua conseguía evitar lo inevitable. Era demasiado tarde. El ser se moría. Estaba determinado por su naturaleza que su fin así habría de ser.
—Si tuviera una nave espacial y supiera cómo se maneja te llevaría a tu mundo. Pero jamás he visto una de ellas—le dijo Xuread mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Lentamente, acarició su rostro y, entonces, una sensación extraña le recorrió el interior de su propio cuerpo.
—Éste es mi mundo—Xuread notó las palabras de Guilauma dentro de él como si formaran parte de sí mismo.—Tellit.
En el momento en que el último halo de vida se escapaba de aquel individuo, Xuread tuvo una revelación. Comprendió con extrema claridad cuánto había aportado aquel ser a su propio espíritu, cuánto le había alimentado de conocimientos. Pero, sobre todo, comprendió la verdad que no había entendido hasta aquel momento. Aquel ser no era un alienígena. Aquel ser pertenecía más a aquel mundo, Tellit, que él mismo. Supo que, en algún momento del lejano pasado, antes que los humanos colonizaran por completo aquel mundo, ellos les habían dado el nombre de místicos a aquellos seres autóctonos de Tellit. Pero hacía ya miles y miles de años que los humanos habían olvidado que ellos eran los huéspedes que ocuparon egoístamente un hogar que no era suyo relegando a los místicos a los rincones de Tellit donde el ser humano, el verdadero extraterrestre, no había llegado, el extremo y gélido norte.
Xuread lloró. Y se preguntó qué haría ahora él solo, sin la compañía de aquel ser, con todo lo que llevaba dentro, con todo ese conocimiento y con tantas preguntas...

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