Os traigo hoy este relato, primer clasificado del 1º Certamen Vórtice de Valentia Autores y publicado en el libro del mismo nombre. Se trata de una historia de ciencia ficción, un relato de un mundo muy lejano, en una época desconocida. Se titula "Este es mi mundo", ¡espero que lo disfrutéis!
La “tarea” para ese día de aquel ser,
cuyo nombre sonaba algo así como “Guilauma” para oídos humanos, había sido
vislumbrar las luces del mar. Tras haberse desplazado por glaciares y valles de
hielo, había llegado a un desfiladero cercano a una cumbre. Allí, mientras olía
la tierra gris que el viento había dejado y arrinconado en una parte de aquel
mirador, observó hacia adelante hasta que sus ojos encontraron la lejana costa,
a cientos de kilómetros de distancia. La contempló con sus ojos pequeños, de
tonos tornasolados y sin pupilas, mientras su piel brillaba levemente con
distintas gamas.
El viento helado debilitaba su cuerpo cada
vez con más intensidad. Su organismo era muy endeble y cualquiera pensaría que
en un momento dado se resquebrajaría por completo. En cambio, su naturaleza
espiritual altamente desarrollada permitía a su cuerpo no envejecer y, a su
vez, alimentaba su vida. Pero ésta
acababa cuando lo hacía el ímpetu de su espíritu, o cuando pasaba mucho tiempo
desde su último contacto con agua.
En aquel mirador permaneció durante
mucho tiempo, tanto que las horas fueron transcurriendo, hasta que un nuevo día
recibió inesperadamente a aquel ser. Cuando sus sentidos se activaron de nuevo,
era demasiado tarde.
La gran luna se elevó en la primera hora
del día sobre el cielo. Envuelta en una tenue capa de nubes, reinaba con su
dimensión sobre la cúpula del mundo. Entre tanto, el ser se deslizaba a través
de tundras de grises tapices mientras notaba que su débil y blanco cuerpo
perdía la poca fuerza que le quedaba. Su espíritu, el sustento de su ser,
estaba también debilitado por lo que no podía mantener por más tiempo en pie a
su envoltorio material. Llevaba muchas horas sin que el agua lamiera su piel cuando
encontró una pequeña charca cerca de las faldas de otras cumbres. Su espíritu
se alivió.
En el momento en que sintió el agua
cubrir su cuerpo, sus reflejos alcanzaron a reaccionar, haciéndose más etéreo. Estuvo
un rato así, metido en el agua, hasta que salió completamente recuperado. Aún
extasiado por el proceso de recomposición de su espíritu no se dio cuenta hasta
que fue demasiado tarde de que no estaba sólo. Notó una fuerte presión en su
brazo derecho y su blanda piel cedió ante el apretón. Se giró y comprobó que era
una mano humana.
Guilauma intentó utilizar sus recursos
para evadir la presión física, pero no pudo librarse de ella. Pronunció unas
palabras incomprensibles, resignado.
El humano, que veía uno de aquellos
seres por primera vez, respondió con una pregunta.
— ¿Qué eres? —le inquirió su captor, con
una actitud de curiosidad.
El individuo de ojos tornasolados
respondió con el término con que su gente se conocía a sí misma. Debatió
internamente el por qué no había detectado la presencia de un humano y cómo
había ocurrido que aquél lo hubiera atrapado y que aún lo retuviera.
El humano no habló, incrédulo además con aquel
encuentro. Pero el ser no tuvo miedo a pesar de que poco podía hacer para
entenderse con aquel humano.
Podría suceder que el hombre se
inclinara por ver más allá, y que él, Guilauma, le iniciara en el conocimiento
de su pueblo. Pero sería más probable que la gran luna saliera todos los días a
la misma hora y que jamás lograra ocultar la luz del sol en su viajar por el
cielo de aquel mundo.
“Esto
no debe ser comestible”, pensó Xuread. No pensaba soltar a aquel ser, pero
tampoco quitarle la vida. Estaba seguro que debía de ser un extraterrestre.
Nunca había tenido la oportunidad de ver ninguno, aunque se contaban leyendas
de avistamientos de alienígenas desde hacía tiempo.
Lo siguió sujetando con fuerza mientras
lo miraba con interés. Jamás se los habría imaginado así. Aquel hombrecillo
medía algo menos de un metro y medio. Su piel, completamente desnuda, era algo
gelatinosa y blanquecina aunque no tanto como el blanco de la nieve. Poseía una
cabeza algo ovalada, no tan redonda como las cabezas de los humanos. Y sus dos
ojos pequeños se hallaban casi en solitario en una cara alargada. Una boca fina
casi como un hilo de seda cruzada el rostro de un lado al otro. No había rastro alguno de orificios nasales.
Aunque
no sabía muy bien qué hacer con él, Xuread decidió quedarse con el extraño
humanoide por un tiempo. Se hallaba lejos de su pueblo pero no estaba seguro de
que debiera llevarlo ante su gente.
Así
que ocupó los días siguientes a vigilarlo. Anduvieron errantes hacia el oeste,
a veces al sur, otras hacia el norte. Encontraron plantas que aún crecían en la
helada cordillera y, cuando el muchacho tomaba sus frutos o sus tallos para
llenarse el estómago, se preguntaba si aquel ser se alimentaba de alguna
manera. Pero todas las veces que le ofrecía de comer, el ser rechazaba. No
hablaron los primeros días pues Xuread no conocía manera alguna de hacerse
entender con él.
Se
preguntó de qué mundo habría venido y elucubró sobre cómo habría llegado hasta
allí. Se decía que los alienígenas conocían el secreto de los viajes espaciales
y que visitaban el mundo desde hacía tiempo. Aquello sin duda era fascinante
para Xuread.
Guilauma
fue muy cuidadoso. Tal vez ese bruto al final comprendiera, pero no se
arriesgaría a molestarlo así porque sí, tenía que estar seguro. Y eso fue
haciendo en los días que pasaron, asegurarse de que el espíritu del humano poco
a poco se domesticara, aunque pareciera que era a él a quién domaba.
Llegaron
días de bruma. La niebla era tan densa que no dejaba ver más que unos cuántos
pasos adelante. Guilauma apenas conocía la lengua que hablaba el humano y, por
supuesto, éste último desconocía por completo el idioma de su pueblo; y poco
entendía del dialecto humano en el que Guilauma se intentaba hacer entender.
Pero de todas formas, al oírlo, se relajaba, y, sin soltarlo, lo contemplaba
ansioso. Así fue como Guilauma supo el nombre de su raptor y que provenía del
sur, donde la tierra no era tan helada. Intentó ser lo más sumiso posible. El
humano reaccionaba bien, no tenía arranques violentos ni nada parecido, solo lo
llevaba intuitivamente agarrado como a un botín.
Fue
de la bruma de lo primero que Guilauma le habló, gesticulando mucho con su
brazo libre, de verdades y leyendas que sabía sobre la bruma. Eso ocurrió
cuando Alios asomó por novena vez en el cielo desde que se encontraran por
primera vez, produciendo una extraña claridad entre la neblina. Al décimo viaje
del astro sobre el cielo anaranjado, el humano, sin darse cuenta, dejó de
sujetar a su presa.
Cada
vez hablaron más y más. En realidad el humano lo que más hacía era preguntar,
sólo en ocasiones intentaba relatar alguna de sus experiencias. Y, de charla en
charla, ya los gestos fueron menos necesarios, los términos se hacían más
entendibles o al menos se reforzaban las convenciones. Guilauma se sorprendió,
su raptor no lo trataba ya con recelo. Si hubieran tenido más tiempo hasta
podría haberlo considerado un “amigo”.
Nunca
preguntó Xuread a aquel ser por qué no lo había abandonado. Anduvieron meses
entre los desiertos glaciares y las montañas heladas. Luego llegó el periodo de
oscuridad diaria, jornadas de incertidumbre, frío y desaliento. Guilauma usó su
aura para generar luz y el humano aportó sus conocimientos sobre artilugios
para sobrevivir a la noche larga.
A estas alturas Xuread era otro. Había
abandonado a su pueblo para comprender el mundo y ser considerado mayor de edad,
como era tradición entre los suyos pero nunca se habría imaginado el contacto
con un ser que parecía venir de otro mundo. En aquellos días, no obstante,
empezó a notar algo extraño. Aquel ser parecía conocer el mundo más que él
mismo y Xuread llegó a verlo como a un maestro. Se sintió incomprensiblemente
un extraño en su propio mundo.
La presencia de Guilauma era un doble
regalo; por un lado era una inmensa fuente de información y, por otro, descubría
cuán sorprendentemente le importaba a él mismo el prójimo, aunque fuera un extraño
de otro mundo.
Bajo
la oscuridad permanente, Guilauma comenzó a hablar del futuro del universo y de
las previsiones que su pueblo había hecho, de qué partes de aquel mundo
dejarían de ser como son, y de cómo la tierra y la forma de ser de la gente que
lo habitaba, cambiarían.
Cuando
el tiempo oscuro pasó, Xuread pudo ver mejor a Guilauma y se percató de que no
estaba bien. Su cuerpo tenía síntomas de debilidad, aún cuando su ánimo seguía
como siempre. Comprendió entonces que la fuerza del espíritu de Guilauma le
mantenía vivo y que ser la compañía de Xuread le había alimentado bien el
espíritu. Sin embargo, había hecho grandes esfuerzos en los últimos meses,
demasiado para los de su raza. Había usado mucho de su interior para conservar
el calor de ambos y crear la luz sin la cuál no habrían podido avanzar, además
de mantener las funciones vitales de su cuerpo. El ser dijo algo de rituales en
su hogar, una de las formas con la que ellos alimentaban el espíritu.
Xuread
supo que el agua alimentaba su piel y mantenía vivo su cuerpo. Así que se esforzó
en buscar una charca. Cuando dio con una lo depositó en la orilla, con cuidado
para que el agua bañara su piel. Pero comprendió también que ya ni el agua
conseguía evitar lo inevitable. Era demasiado tarde. El ser se moría. Estaba determinado
por su naturaleza que su fin así habría de ser.
—Si
tuviera una nave espacial y supiera cómo se maneja te llevaría a tu mundo. Pero
jamás he visto una de ellas—le dijo Xuread mientras las lágrimas brotaban de
sus ojos. Lentamente, acarició su rostro y, entonces, una sensación extraña le
recorrió el interior de su propio cuerpo.
—Éste
es mi mundo—Xuread notó las palabras de Guilauma dentro de él como si formaran
parte de sí mismo.—Tellit.
En
el momento en que el último halo de vida se escapaba de aquel individuo, Xuread
tuvo una revelación. Comprendió con extrema claridad cuánto había aportado aquel
ser a su propio espíritu, cuánto le había alimentado de conocimientos. Pero,
sobre todo, comprendió la verdad que no había entendido hasta aquel momento.
Aquel ser no era un alienígena. Aquel ser pertenecía más a aquel mundo, Tellit,
que él mismo. Supo que, en algún
momento del lejano pasado, antes que los humanos colonizaran por completo aquel
mundo, ellos les habían dado el nombre de místicos a aquellos seres autóctonos
de Tellit. Pero hacía ya miles y miles de años que los humanos habían olvidado
que ellos eran los huéspedes que ocuparon egoístamente un hogar que no era suyo
relegando a los místicos a los rincones de Tellit donde el ser humano, el
verdadero extraterrestre, no había llegado, el extremo y gélido norte.
Xuread
lloró. Y se preguntó qué haría ahora él solo, sin la compañía de aquel ser, con
todo lo que llevaba dentro, con todo ese conocimiento y con tantas preguntas...
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