¡Hola!
Una
mano delgada y blanca cogió la carta que había en el alféizar de la ventana. Leyó
el remitente: Erik Daverloon. Era de él. De su príncipe azul. De su amado.
Mientras las lágrimas surcaban sus sonrosadas mejillas, empezó a leer.
Recordó
la primera vez que lo conoció. Aquel día, ella, Caléndula Gassadne, hija mayor
del Conde Davar Gassadne de Nathai, de catorce años, se hallaba en los amplios
jardines del palacio familiar. Cuando iba a cruzar por un camino empedrado, como
si se tratase de una ráfaga de viento huracanado pasó él, Erik Daverloon, hijo del Emperador de
Khazuld. El muchacho, tras frenar bruscamente el caballo para evitar atropellar
a la joven, bajó del animal y fue a socorrerla. Sus miradas se encontraron
durante unos minutos que resultaron eternos. Después de arrancarle una sonrisa
a la joven, Erik montó su corcel y prosiguió su camino hacia la escalinata de
la entrada del palacio. Desde aquel día, ella lo recordaría como un héroe de
cuento, todo vestido de blanco y montado en su corcel negro.
Lo
volvió a ver años más tarde. Con motivo de los recientes intentos de alianza
entre el Emperador y Davar Gassadne, la familia de Erik fue invitada a asistir
a las festividades de Cassara y Melies en Nathai. Ella siempre se dijo que
estaban destinados pues fue en esos días de visita cuando surgió el amor entre
ellos. Durante años se enviaron cartas de promesas eternas.
Sin
embargo, empezó a construirse un muro entre ambos. El mundo se hallaba en
guerra y el milenario Imperio de Khazuld había languidecido antes de que Iam
Daverloon, padre de Erik, subiera al poder. Por eso había instaurado un
gobierno déspota y autoritario lo cual provocó la sublevación de algunas
provincias. Tras unas victorias iniciales, Iam había empezado a sumar derrota
tras derrota a medida que crecía el poder de los insurrectos. Debido a eso, las
relaciones entre Nathai y Khazuld se enfriaron. Todo lo contrario que el
sentimiento de Calen hacia Erik que crecía con el paso del tiempo. Pero aquel amor
era secreto y, a solas en su habitación, ella leía todas las cartas una y otra
vez soñando con el día en el que lo volviera a ver. Cuando Iam Daverloon murió
en una de las batallas contra los insurrectos, Erik fue nombrado Emperador de
Khazuld. Teniendo su amado que enfrentarse a los enemigos, Calen supo que el
momento de estar junto a él se hallaba cada vez más lejos.
La
situación se complicó cuando Davar Gassadne comprometió a su hija mayor con
Cervan Salix, el hijo de un conde de otra ciudad telaniense. El objetivo de
aquel compromiso era político, a fin de que los insurrectos olvidaran la
antigua alianza de Nathai con el Imperio de Khazuld. Cervan era un buen
muchacho, atento y tierno, que la cuidaba y miraba por su bienestar. Pero el
corazón de ella no era para él. Nunca le había hablado de sus sentimientos a
nadie y sólo la rosada paloma mensajera era testigo de sus esperanzas, de ese
amor imposible que sentía por Erik.
Los
padres de Calen finalmente descubrieron del
intercambio de cartas entre ambos. Ante la presión a la que le sometieron
sus progenitores, ella decidió no responder las cartas de Erik, confiando en
que él la olvidara. Pero no había sido así. Aquella carta que acababa de
recibir era posiblemente la más dolorosa e hiriente de todas las enviadas por
su amado. Él se había enterado de su compromiso con Cervan.
“Acabar será el fin, creo, de tan hondo
pesar”.
Cuando
leyó esas últimas letras de la carta de Erik el alma de Calen se desgarró en
mil pedazos y su corazón murió.
(…)
Erik Daverloon estaba
convaleciente a causa de una herida que había recibido en el campo de batalla y
que casi le había costado la vida. Esa herida le impidió levantarse rápidamente
cuando oyó un golpe seco en la puerta de la habitación. Tras dar permiso para
que el recién llegado entrase, Erik vio que tras la puerta aparecía Kield, el
capitán del ejército imperial. Con el rostro sudoroso, se quedó mirando a su
señor con ojos preocupantes y Erik le dio indicaciones de que hablara.
—Señor, nos atacan.
Los insurrectos se acercan a la sagrada ciudad de Munarayaad. Varios ejércitos
galopan hacia aquí, en el puerto acaban de llegar barcos con la insignia del
reino isleño de Yant y están bombardeando el barrio costero. Nuestros barcos
están defendiendo pero ellos son más numerosos que nosotros.
—Ordena el desalojo
rápido del barrio costero, el cierre de las murallas sur y prepara el ataque a
los ejércitos que vienen del norte. Hay que defender la ciudad que es lo único
que nos queda. Hay que sobrevivir para después renacer de las cenizas. Y si
esto ha de caer, que durante milenios se recuerde que Khazuld cayó con orgullo
y sin miedo, que luchó con fiereza demoniaca por defender lo que le pertenecía.
Y ahora marcha, no hay tiempo que perder.
Cuando
Kield se fue de la habitación, Erik se le quedó mirando. Si al final Munarayaad
sobrevivía, Kield sería un buen gobernante. Se levantó y una punzada de dolor
le invadió de nuevo el costado. No podía creer que todo acabase de aquella
forma. Erik había sido un mal emperador. En su gobierno, Khazuld no había
conocido ni una solo victoria. Y la peor derrota había ocurrido en Puerto
Grande pues había supuesto el principio del fin del Imperio.
Aún
recordaba como ejércitos enemigos
venían desde el norte a través del estrecho para suplir las pérdidas y
mientras, Khazuld intentaba luchar por salvar el Puerto Grande. Muchos de los
países donde antaño dominara autoritariamente el Imperio se habían unido para
acabar con el cáncer que ellos consideraban que había sido Khazuld. Y Erik no
negaba aquellos pensamientos ya que, a pesar de ser un khassair, comprendía que
el gobierno de su país sobre todas las tierras ribereñas del Mar Reunión había
sido malévolo y sangriento. Pero Erik era el emperador de aquel imperio
demencial y su destino era defenderlo a pesar de todo.
Estuvo luchando junto a los demás soldados contra
aquellos enemigos que veían su triunfo cerca. Observaba en sus ojos destellos
de venganza y de deleite. Los insurrectos veían satisfechos como los khassair
no podían hacer nada contra su poder arrollador y creían que estaban salvando
al mundo de la maldad. Mataban sin piedad, con rabia, y disfrutaban pisoteando
a los enemigos moribundos.
Esto, unido a la decepción que Erik había sufrido
días antes, enturbiaba su mente mientras se envolvía en la vorágine de la
sangre y el metal. La imagen de Calen le asaltaba cada vez que se abría paso
entre los cuerpos inertes y, por inercia, blandía la espada. No veía como caían
algunas cabezas y atravesaba pechos ni tampoco como sus enemigos le hacían
heridas en su cuerpo. Sólo veía a Calen. Por ello, no se dio cuenta cuando un
enemigo se puso detrás con la intención de acabar con su vida, sólo sintió un
estilete que se clavaba en el costado. Ofuscado y sorprendido, espoleó el
caballo y salió galopando rápidamente del combate mientras la sangre manaba
copiosamente del lado y un dolor muy profundo lo rabiaba.
Ahora ese mismo dolor le volvía a invadir pero jamás
se podía asemejar al que tenía en su corazón, al dolor que Calen le había
producido al aceptar el amor de otro. Sabía que todo estaba perdido, su reino
en pocos días sucumbiría. Una nueva época se avecinaba y él no pertenecía a
ella.
Gimiendo
de dolor y sujetándose el costado fuertemente con la mano, se dirigió con paso
firme hasta el gran arca de bronce donde tenía guardadas sus ropas y sus armas.
Y de entre sus pertenencias encontró un afilado puñal. En el exterior un sonido
de cuernos de guerra rasgaba el aire con un bramido largo y potente.
(…)
Calen
despertó de pronto gritando el nombre de Erik. Un sudor frío recorrió su
rostro. Pero lo que encontró en la realidad la asustó aún más que lo que había
visto en la pesadilla que la había despertado. Un humo negro entraba por la
rejilla de la puerta hacia su
habitación. Aterrorizada, fue hacia la puerta y la abrió. Entonces una
llamarada de fuego la arrojó al interior de su alcoba. Se levantó a duras penas
y vio que el fuego le había producido algunas quemaduras en la cara y en los
brazos. El fuego estaba invadiendo su habitación y no podía salir. Gritó con
todas sus fuerzas. Entonces se dirigió a la cristalera para abrirla y vio
horrorizada como todo estaba ardiendo. En la oscuridad de la noche, el
anaranjado de las llamas era lo único que se veía.
No pudo hacer nada. Había quedado
atrapada en el fuego.
Así, mientras Erik clavaba el puñal
directamente en su corazón para poner fin a su vida, Calen se consumía en el
fuego.
(…)
El
fuego no sólo echó abajo el palacio del Señor del Bosque sino que todo el
bosque sucumbió aquella noche. Los insurrectos que habían vencido al Imperio
Khazuld habían decidido acabar con le poder de los Gassadne,
por apoyar al imperio en el pasado. El
bosque estuvo ardiendo durante varios días hasta que solo quedó cenizas y
árboles muertos. Todo indicio de los Gassadne del bosque desapareció con las
llamas. El bosque tardaría siglos en regenerarse, pero, aún así, nunca recuperó
la luminosidad y el esplendor de antaño. Ahora es un bosque oscuro y maldito,
donde dicen que habitan los espíritus vengativos de los antiguos habitantes de
Nathai.
Para votarlo podéis hacerlo aquí:
Me ha gustado tu estilo. Yo no soy experta en este tipo de literatura, aunque me gusta el estilo medieval, legendario o como se pueda decir. Es curioso como las historias más personales, a veces se convierten en las más universales. Y como este relato parte de un momento y se va abriendo hasta cambiar el destino de varios pueblos. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias madita! Me alegra que te haya gustado!
ResponderEliminarAprovecho y te dejo el primer capítulo de un libro que estamos escribiendo una amiga y yo!
ResponderEliminarhttp://erthara.blogspot.com.es/2011/11/sangre-de-hermanos-capitulo-1-el.html