viernes, 4 de enero de 2013

El fin del camino



¡Hola!

Hoy publico un segundo relato. Éste en concreto ha sido seleccionado e incluido en el  1º Certamen Ciudadela de Valentia Autores y publicado en el libro del mismo nombre. Se trata de una historia de fantasía épica titulada "El Fin del Camino",  ¡espero que os guste!


Se detuvo.
Había llegado al final de camino. Le había costado bastante subir la colina y estaba destrozado. Alrededor se acumulaban las hojas arrugadas y revueltas de los olmos de la rivera. El balanceo de sus delgadas ramas contrastaba con la inmovilidad y aparente ascetismo del hombre. Ni un solo ruido alteraba la quietud de la tarde. Delante de él, en la cumbre de aquella colina, se alzaba una pequeña choza de madera. Decidió que se trataba del hogar de la vieja que buscaba. En el pueblo le habían dicho que ella era muy buena con hechizos, encantamientos, pócimas y cosas así. No había duda de que era lo que buscaba.
Reanudó la marcha pausadamente, sin vacilar, como lo haría un felino silencioso. Sus facciones marcadas y delgadas recordaban al frío destello de una espada recién afilada. Su cabellera rubia, más larga de lo acostumbrado en él, se deslizaba por sus hombros hasta alcanzar la mitad de su espalda. Sus ojos, dos gemas inmutables, dos esmeraldas duras, brillantes, inalterables, ardían con un fuego que contrastaba fuertemente con la apariencia sosegada e inmutable de su dueño. En ellos se adivinaba una tristeza lejana, que parecía transpirar desde lo más hondo de su mirada.
Cuando llegó a la puerta de la choza, muy deteriorada, descubrió que estaba abierta. Entró a una habitación pequeña, poco acogedora y muy desordenada. A poca distancia, una anciana de cabellos blancos y revueltos estaba sentada en una silla destartalada. Empezó a hablar con una voz serena y suave. Un súbito estallido de miles de voces y recuerdos alteró la mente del hombre.
—Bienvenido al humilde hogar de la Sabia Anciana. Hace horas que te esperaba. —La mujer menuda, de avanzada edad, le ofreció asiento en otra desvencijada silla, contigua a la suya—. Sé a lo que has venido. Estás aquí para recordar tu pasado.
Él no dijo nada, solamente la miró, con su rostro envuelto en una máscara de fría determinación. Se sentó a su lado.
—Aquí estás, Dain, príncipe de las desgracias, aquél con quién el destino no deja de  jugar. Eres el segundo hijo de Hanum II, rey del desaparecido reino de Mabaad, pragmático y justo monarca. Tu infancia transcurrió entre grandes honores y esplendorosos dones. —Ella recitaba aquello divertida, con un tono irónico y vacilante—. Fuiste entrenado para ser un gran guerrero y un fiel seguidor de tu padre. Lamentablemente muy pocos fueron los años afortunados en tu vida. Veo que la desdicha parece haber marcado tu vida desde el mismo momento en que abriste los ojos. Sí, eras apenas un adolescente cuando las ciudades de Mabaab empezaron a caer una a una a manos del enemigo del norte. Tu hermano mayor, audaz caballero, cayó en el campo de batalla. Y tu amantísima madre murió de pena. Todo ello provocó que su padre se sumiera en la más triste desesperación y se resignó a perder su reino sin hacer nada por salvarlo. Entre tanto, los Ravenid que eran muy feroces e imbatibles seguían reduciendo las fronteras del reino. —La anciana no dejaba de sonreír ampliamente, a punto de reír, como si se tratase de la función más hilarante de un bufón—. Y tu, mi buen príncipe…destinado como estabas a heredar el reino, conseguiste convencer a tu padre para luchar pero fue demasiado tarde. Solo quedaban dos ciudades en pie. Cuando cayó Siros, el destino fue implacable con  El Valle, tu ciudad natal, que finalmente fue invadida. Tu padre sucumbió atrapado en las llamas, sellando así su aciago final.
Al mismo tiempo que la anciana hablaba, multitud de imágenes se agolpaban en la mente del recién llegado. Un escenario de cuerpos mutilados y carne carbonizada, de molinos quemados y casas derruidas. Un lugar donde el olor imperante era una mezcla de humo, putrefacción, el hedor de la muerte y la barbarie.
Con esos recuerdos acuciantes, él sintió otra vez como le invadía la demencia. Se vio a sí mismo deambulando durante semanas por las montañas, sólo y moribundo, mientras la desesperación le arrastraba a la muerte, el único fin que había deseado. Aquellos días había decidido abandonarse a su suerte, esperar a un sueño placentero en las desiertas tierras rocosas del sureste de su país. No comió durante días y, cuando parecía que al fin iba morir, sus pasos le habían llevado a la verde tierra de Cerebriad donde le dieron asilo y le curaron sus heridas. En el majestuoso castillo de Salde, la capital, el Rey, Raniel Sa Sorik, te otorgó un inmejorable trato. 
—Dispuesto a empezar una nueva vida, solicitaste el ingreso en la Élite del Yelmo —continuaba la anciana—.  Te dieron acceso pero no fueron fáciles los primeros meses. Aunque no desfalleciste, mi valiente príncipe, te empleaste a fondo y demostraste que podías manejar la espada tan bien como el mejor de los caballeros de la Élite. Largos entrenamientos y difíciles misiones te hicieron destacar pronto como uno de los más capacitados guerreros de la Élite. El odio que profesabas hacia los Ravenid te empujaba a crecerte en el campo de batalla y ser temido. ¡Ay, mi audaz príncipe, pocos eran los caballeros que conseguían hacerte frente en los famosos torneos de Cerebriad! Y gracias a ellos, amasaste éxitos pero también envidias y desconfianzas. Algunos te consideraban un extranjero, una amenaza y, hasta incluso, un espía. Después de ganar algunos torneos, empezaste a formar parte de las expediciones que incurrían en tierras enemigas. Eran tiempos de guerra y tu valía se había vuelto indispensable a pesar de todo.
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—Sí, estaba solo y aún hoy lo estoy —confirmó él—. Comprendí que nadie velaría por mí, que nadie me ofrecería jamás su hombro y que debía regirme solo por mis convicciones.
—En cuanto a Gilena, intentaste salvarla, ¡vaya sino! Primero robaste joyas, monedas de oro, armas… Luego te la ingeniaste para que algunos mercenarios te ayudaran a cambio de lo que habías robado. Asaltasteis las mazmorras del castillo de madrugada, cuando menos os esperaban. Cruzaste salas y salas buscando su celda hasta que al final diste con ella. Pero no estaba sola. Allí estaba Gregor que, dominado por el despecho, había intentado hacerla suya a la fuerza. Gilena estaba atrapada entre la pared de la celda y el cuerpo corpulento de Gregor. Consiguió liberarse momentáneamente pero él la golpeó fuertemente en la cara y cayó al suelo. Tú impediste que él acabara con su vida. Cuando te vio, sus ojos relampaguearon de furia y te insultó. Tú le ofreciste una mirada desdeñosa y.... ¡le escupiste en la cara! Estabas dispuesto a matarle y nada te detenía ya. El combate entre los dos fue difícil pues él poseía una gran habilidad. Con un golpe de su espada, logró que la tuya se te cayera de las manos pero no te rendiste. Le diste un fuerte puñetazo que le hizo sangrar la nariz y todo sucedió muy rápido. Aprovechando su confusión, tomaste de nuevo tu espada y la alzaste, dispuesto a hundirla en Gregor. Un grito brotó delante de ti después de blandir tu espada. Y lo siguiente que viste fue el cuerpo de Gilena cayendo sobre ti. Espantado, contemplaste la sangre que bramaba de ella. Gregor la había puesto delante de él y tu espada la había herido de muerte. Escuchaste sus últimas palabras y le cerraste los ojos. Una triste historia, sin duda —susurró la anciana—. Pero te libraste, una vez más. Enfurecido, con la rabia dominándote por completo, acabaste con la vida de él de la manera más horrenda que pudiste. Le golpeaste varias veces y, cuando sabías que no podría defenderse, hiciste un arco con la espada que cruzó desde su garganta hasta su vientre. Y después de eso, volviste a huir de Cerebriad. Has escapado de la muerte una y otra vez. ¡Eres afortunado!
—No, no lo soy —replicó él—. Viajo de aquí para allá, sin encontrar paz.
La anciana guardó silencio. Dain observó como posaba su mano con suavidad sobre la de él y pronunciaba unas palabras. Estaba expectante. Su respiración era entrecortada, como el jadeo de una bestia acosada.
—Bien, pues procedamos a borrar la memoria de tu vida y darte una nueva. Es a lo que has venido, ¿no? —La anciana le sonreía apaciblemente—. Cuando acabe esta sesión, habrás olvidado lo sucedido en Cerebriad. Estarás en las montañas otra vez, pero no moribundo sino rebosante de salud, ¡vaya sino! ¡Eso queda por cuenta de esta anciana!
—No, yo quiero borrar toda mi vida. —El semblante del príncipe era muy serio.
—¡Uy! Eso es más complicado. No sé si podré borrar algo más de dos décadas de vida y que vuelvas a ser un sonrosado bebé.
—Admito que no me he hecho entender bien. En el pueblo, me han dicho que tú puedes conceder el Fin del Camino. Ése es mi deseo.
—¡¿Qué?! —La anciana lo contempló incrédula un momento—. No puedo hacer eso, el fin de tu camino aún no ha llegado.
En ese momento, Dain se puso en pie y zarandeó enérgicamente a la anciana.
—¡Debes hacerlo! ¡Tienes que concederme el Fin del Camino, ¿no lo comprendes?! Ya no me queda nada, no tengo ninguna ilusión por vivir.
—Es que... no tengo poder para cambiar los deseos de los dioses. Y su deseo es que tu Camino no llegue a su fin aún.
—¡Ni mil batallas, ni mil heridas, ni siquiera decenas de venenos me han dado la paz! Siempre sobrevivo a la muerte. —La desesperación dominaba al joven mientras la anciana se mostraba atemorizada. Él le apretó fuertemente los brazos al tiempo que la zarandeaba— ¿No lo entiendes?
Dain aún tenía cogida fuertemente a la mujer cuando notó una fuerte presión en la cabeza. Perdió la consciencia durante unos segundos. Cuando la recuperó, la anciana había desaparecido. Estaba solo en aquella choza y la silla donde ella había estado sentada estaba vacía. La llamó con un alarido de furia hasta que finalmente se dio por vencido.
Durante un largo instante permaneció quieto, respirando profundamente, con los brazos caídos, mirando el suelo. Luego, cuando comprendió que estaba solo de nuevo, como siempre lo había estado, y que ni siquiera aquella anciana poderosa había querido ayudarle, se levantó y abandonó el lugar.
Dain no había llegado aún al final del camino, y es que éste no llega cuando uno quiere sino cuando finalmente acaba. 


Calen y Erik


¡Hola!


Hoy os traigo un nuevo relato, éste en concreto es candidato a formar parte de un libro de relatos. En este certamen se vota por jurado popular. Aquí muestro la historia de amor imposible entre Calen y Erik. Es un relato de fantasía épica. A ver si ver si os gusta. ¡espero que lo disfrutéis!




Una mano delgada y blanca cogió la carta que había en el alféizar de la ventana. Leyó el remitente: Erik Daverloon. Era de él. De su príncipe azul. De su amado. Mientras las lágrimas surcaban sus sonrosadas mejillas, empezó a leer.
Recordó la primera vez que lo conoció. Aquel día, ella, Caléndula Gassadne, hija mayor del Conde Davar Gassadne de Nathai, de catorce años, se hallaba en los amplios jardines del palacio familiar. Cuando iba a cruzar por un camino empedrado, como si se tratase de una ráfaga de viento huracanado  pasó él, Erik Daverloon, hijo del Emperador de Khazuld. El muchacho, tras frenar bruscamente el caballo para evitar atropellar a la joven, bajó del animal y fue a socorrerla. Sus miradas se encontraron durante unos minutos que resultaron eternos. Después de arrancarle una sonrisa a la joven, Erik montó su corcel y prosiguió su camino hacia la escalinata de la entrada del palacio. Desde aquel día, ella lo recordaría como un héroe de cuento, todo vestido de blanco y montado en su corcel negro.
Lo volvió a ver años más tarde. Con motivo de los recientes intentos de alianza entre el Emperador y Davar Gassadne, la familia de Erik fue invitada a asistir a las festividades de Cassara y Melies en Nathai. Ella siempre se dijo que estaban destinados pues fue en esos días de visita cuando surgió el amor entre ellos. Durante años se enviaron cartas de promesas eternas.
Sin embargo, empezó a construirse un muro entre ambos. El mundo se hallaba en guerra y el milenario Imperio de Khazuld había languidecido antes de que Iam Daverloon, padre de Erik, subiera al poder. Por eso había instaurado un gobierno déspota y autoritario lo cual provocó la sublevación de algunas provincias. Tras unas victorias iniciales, Iam había empezado a sumar derrota tras derrota a medida que crecía el poder de los insurrectos. Debido a eso, las relaciones entre Nathai y Khazuld se enfriaron. Todo lo contrario que el sentimiento de Calen hacia Erik que crecía con el paso del tiempo. Pero aquel amor era secreto y, a solas en su habitación, ella leía todas las cartas una y otra vez soñando con el día en el que lo volviera a ver. Cuando Iam Daverloon murió en una de las batallas contra los insurrectos, Erik fue nombrado Emperador de Khazuld. Teniendo su amado que enfrentarse a los enemigos, Calen supo que el momento de estar junto a él se hallaba cada vez más lejos.
La situación se complicó cuando Davar Gassadne comprometió a su hija mayor con Cervan Salix, el hijo de un conde de otra ciudad telaniense. El objetivo de aquel compromiso era político, a fin de que los insurrectos olvidaran la antigua alianza de Nathai con el Imperio de Khazuld. Cervan era un buen muchacho, atento y tierno, que la cuidaba y miraba por su bienestar. Pero el corazón de ella no era para él. Nunca le había hablado de sus sentimientos a nadie y sólo la rosada paloma mensajera era testigo de sus esperanzas, de ese amor imposible que sentía por Erik.
Los padres de Calen finalmente descubrieron del  intercambio de cartas entre ambos. Ante la presión a la que le sometieron sus progenitores, ella decidió no responder las cartas de Erik, confiando en que él la olvidara. Pero no había sido así. Aquella carta que acababa de recibir era posiblemente la más dolorosa e hiriente de todas las enviadas por su amado. Él se había enterado de su compromiso con Cervan.
“Acabar será el fin, creo, de tan hondo pesar”.

Cuando leyó esas últimas letras de la carta de Erik el alma de Calen se desgarró en mil pedazos y su corazón murió.  

 (…)

Erik Daverloon estaba convaleciente a causa de una herida que había recibido en el campo de batalla y que casi le había costado la vida. Esa herida le impidió levantarse rápidamente cuando oyó un golpe seco en la puerta de la habitación. Tras dar permiso para que el recién llegado entrase, Erik vio que tras la puerta aparecía Kield, el capitán del ejército imperial. Con el rostro sudoroso, se quedó mirando a su señor con ojos preocupantes y Erik le dio indicaciones de que hablara.
—Señor, nos atacan. Los insurrectos se acercan a la sagrada ciudad de Munarayaad. Varios ejércitos galopan hacia aquí, en el puerto acaban de llegar barcos con la insignia del reino isleño de Yant y están bombardeando el barrio costero. Nuestros barcos están defendiendo pero ellos son más numerosos que nosotros.
—Ordena el desalojo rápido del barrio costero, el cierre de las murallas sur y prepara el ataque a los ejércitos que vienen del norte. Hay que defender la ciudad que es lo único que nos queda. Hay que sobrevivir para después renacer de las cenizas. Y si esto ha de caer, que durante milenios se recuerde que Khazuld cayó con orgullo y sin miedo, que luchó con fiereza demoniaca por defender lo que le pertenecía. Y ahora marcha, no hay tiempo que perder.
Cuando Kield se fue de la habitación, Erik se le quedó mirando. Si al final Munarayaad sobrevivía, Kield sería un buen gobernante. Se levantó y una punzada de dolor le invadió de nuevo el costado. No podía creer que todo acabase de aquella forma. Erik había sido un mal emperador. En su gobierno, Khazuld no había conocido ni una solo victoria. Y la peor derrota había ocurrido en Puerto Grande pues había supuesto el principio del fin del Imperio.
Aún recordaba como ejércitos enemigos venían desde el norte a través del estrecho para suplir las pérdidas y mientras, Khazuld intentaba luchar por salvar el Puerto Grande. Muchos de los países donde antaño dominara autoritariamente el Imperio se habían unido para acabar con el cáncer que ellos consideraban que había sido Khazuld. Y Erik no negaba aquellos pensamientos ya que, a pesar de ser un khassair, comprendía que el gobierno de su país sobre todas las tierras ribereñas del Mar Reunión había sido malévolo y sangriento. Pero Erik era el emperador de aquel imperio demencial y su destino era defenderlo a pesar de todo.
Estuvo luchando junto a los demás soldados contra aquellos enemigos que veían su triunfo cerca. Observaba en sus ojos destellos de venganza y de deleite. Los insurrectos veían satisfechos como los khassair no podían hacer nada contra su poder arrollador y creían que estaban salvando al mundo de la maldad. Mataban sin piedad, con rabia, y disfrutaban pisoteando a los enemigos moribundos.
Esto, unido a la decepción que Erik había sufrido días antes, enturbiaba su mente mientras se envolvía en la vorágine de la sangre y el metal. La imagen de Calen le asaltaba cada vez que se abría paso entre los cuerpos inertes y, por inercia, blandía la espada. No veía como caían algunas cabezas y atravesaba pechos ni tampoco como sus enemigos le hacían heridas en su cuerpo. Sólo veía a Calen. Por ello, no se dio cuenta cuando un enemigo se puso detrás con la intención de acabar con su vida, sólo sintió un estilete que se clavaba en el costado. Ofuscado y sorprendido, espoleó el caballo y salió galopando rápidamente del combate mientras la sangre manaba copiosamente del lado y un dolor muy profundo lo rabiaba.
Ahora ese mismo dolor le volvía a invadir pero jamás se podía asemejar al que tenía en su corazón, al dolor que Calen le había producido al aceptar el amor de otro. Sabía que todo estaba perdido, su reino en pocos días sucumbiría. Una nueva época se avecinaba y él no pertenecía a ella.
Gimiendo de dolor y sujetándose el costado fuertemente con la mano, se dirigió con paso firme hasta el gran arca de bronce donde tenía guardadas sus ropas y sus armas. Y de entre sus pertenencias encontró un afilado puñal. En el exterior un sonido de cuernos de guerra rasgaba el aire con un bramido largo y potente. 

(…)

Calen despertó de pronto gritando el nombre de Erik. Un sudor frío recorrió su rostro. Pero lo que encontró en la realidad la asustó aún más que lo que había visto en la pesadilla que la había despertado. Un humo negro entraba por la rejilla de la puerta  hacia su habitación. Aterrorizada, fue hacia la puerta y la abrió. Entonces una llamarada de fuego la arrojó al interior de su alcoba. Se levantó a duras penas y vio que el fuego le había producido algunas quemaduras en la cara y en los brazos. El fuego estaba invadiendo su habitación y no podía salir. Gritó con todas sus fuerzas. Entonces se dirigió a la cristalera para abrirla y vio horrorizada como todo estaba ardiendo. En la oscuridad de la noche, el anaranjado de las llamas era lo único que se veía.
            No pudo hacer nada. Había quedado atrapada en el fuego.
            Así, mientras Erik clavaba el puñal directamente en su corazón para poner fin a su vida, Calen se consumía en el fuego.
           
            (…)

            El fuego no sólo echó abajo el palacio del Señor del Bosque sino que todo el bosque sucumbió aquella noche. Los insurrectos que habían vencido al Imperio Khazuld  habían  decidido acabar con le poder de los Gassadne, por apoyar al imperio en el pasado.  El bosque estuvo ardiendo durante varios días hasta que solo quedó cenizas y árboles muertos. Todo indicio de los Gassadne del bosque desapareció con las llamas. El bosque tardaría siglos en regenerarse, pero, aún así, nunca recuperó la luminosidad y el esplendor de antaño. Ahora es un bosque oscuro y maldito, donde dicen que habitan los espíritus vengativos de los antiguos habitantes de Nathai. 


Para votarlo podéis hacerlo aquí:


martes, 3 de julio de 2012

Este es mi mundo

¡Hola!

Os traigo hoy este relato, primer clasificado del 1º Certamen Vórtice de Valentia Autores y publicado en el libro del mismo nombre. Se trata de una historia de ciencia ficción, un relato de un mundo muy lejano, en una época desconocida. Se titula "Este es mi mundo", ¡espero que lo disfrutéis!







La “tarea” para ese día de aquel ser, cuyo nombre sonaba algo así como “Guilauma” para oídos humanos, había sido vislumbrar las luces del mar. Tras haberse desplazado por glaciares y valles de hielo, había llegado a un desfiladero cercano a una cumbre. Allí, mientras olía la tierra gris que el viento había dejado y arrinconado en una parte de aquel mirador, observó hacia adelante hasta que sus ojos encontraron la lejana costa, a cientos de kilómetros de distancia. La contempló con sus ojos pequeños, de tonos tornasolados y sin pupilas, mientras su piel brillaba levemente con distintas gamas.
El viento helado debilitaba su cuerpo cada vez con más intensidad. Su organismo era muy endeble y cualquiera pensaría que en un momento dado se resquebrajaría por completo. En cambio, su naturaleza espiritual altamente desarrollada permitía a su cuerpo no envejecer y, a su vez,  alimentaba su vida. Pero ésta acababa cuando lo hacía el ímpetu de su espíritu, o cuando pasaba mucho tiempo desde su último contacto con agua.
En aquel mirador permaneció durante mucho tiempo, tanto que las horas fueron transcurriendo, hasta que un nuevo día recibió inesperadamente a aquel ser. Cuando sus sentidos se activaron de nuevo, era demasiado tarde.

La gran luna se elevó en la primera hora del día sobre el cielo. Envuelta en una tenue capa de nubes, reinaba con su dimensión sobre la cúpula del mundo. Entre tanto, el ser se deslizaba a través de tundras de grises tapices mientras notaba que su débil y blanco cuerpo perdía la poca fuerza que le quedaba. Su espíritu, el sustento de su ser, estaba también debilitado por lo que no podía mantener por más tiempo en pie a su envoltorio material. Llevaba muchas horas sin que el agua lamiera su piel cuando encontró una pequeña charca cerca de las faldas de otras cumbres. Su espíritu se alivió.
En el momento en que sintió el agua cubrir su cuerpo, sus reflejos alcanzaron a reaccionar, haciéndose más etéreo. Estuvo un rato así, metido en el agua, hasta que salió completamente recuperado. Aún extasiado por el proceso de recomposición de su espíritu no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde de que no estaba sólo. Notó una fuerte presión en su brazo derecho y su blanda piel cedió ante el apretón. Se giró y comprobó que era una mano humana.
Guilauma intentó utilizar sus recursos para evadir la presión física, pero no pudo librarse de ella. Pronunció unas palabras incomprensibles, resignado.
El humano, que veía uno de aquellos seres por primera vez, respondió con una pregunta.
— ¿Qué eres? —le inquirió su captor, con una actitud de curiosidad.
El individuo de ojos tornasolados respondió con el término con que su gente se conocía a sí misma. Debatió internamente el por qué no había detectado la presencia de un humano y cómo había ocurrido que aquél lo hubiera atrapado y que aún lo retuviera.
El humano no habló, incrédulo además con aquel encuentro. Pero el ser no tuvo miedo a pesar de que poco podía hacer para entenderse con aquel humano.
Podría suceder que el hombre se inclinara por ver más allá, y que él, Guilauma, le iniciara en el conocimiento de su pueblo. Pero sería más probable que la gran luna saliera todos los días a la misma hora y que jamás lograra ocultar la luz del sol en su viajar por el cielo de aquel mundo.

 “Esto no debe ser comestible”, pensó Xuread. No pensaba soltar a aquel ser, pero tampoco quitarle la vida. Estaba seguro que debía de ser un extraterrestre. Nunca había tenido la oportunidad de ver ninguno, aunque se contaban leyendas de avistamientos de alienígenas desde hacía tiempo.
Lo siguió sujetando con fuerza mientras lo miraba con interés. Jamás se los habría imaginado así. Aquel hombrecillo medía algo menos de un metro y medio. Su piel, completamente desnuda, era algo gelatinosa y blanquecina aunque no tanto como el blanco de la nieve. Poseía una cabeza algo ovalada, no tan redonda como las cabezas de los humanos. Y sus dos ojos pequeños se hallaban casi en solitario en una cara alargada. Una boca fina casi como un hilo de seda cruzada el rostro de un lado al otro. No había  rastro alguno de orificios nasales.
Aunque no sabía muy bien qué hacer con él, Xuread decidió quedarse con el extraño humanoide por un tiempo. Se hallaba lejos de su pueblo pero no estaba seguro de que debiera llevarlo ante su gente.
Así que ocupó los días siguientes a vigilarlo. Anduvieron errantes hacia el oeste, a veces al sur, otras hacia el norte. Encontraron plantas que aún crecían en la helada cordillera y, cuando el muchacho tomaba sus frutos o sus tallos para llenarse el estómago, se preguntaba si aquel ser se alimentaba de alguna manera. Pero todas las veces que le ofrecía de comer, el ser rechazaba. No hablaron los primeros días pues Xuread no conocía manera alguna de hacerse entender con él.
Se preguntó de qué mundo habría venido y elucubró sobre cómo habría llegado hasta allí. Se decía que los alienígenas conocían el secreto de los viajes espaciales y que visitaban el mundo desde hacía tiempo. Aquello sin duda era fascinante para Xuread.

Guilauma fue muy cuidadoso. Tal vez ese bruto al final comprendiera, pero no se arriesgaría a molestarlo así porque sí, tenía que estar seguro. Y eso fue haciendo en los días que pasaron, asegurarse de que el espíritu del humano poco a poco se domesticara, aunque pareciera que era a él a quién domaba.
Llegaron días de bruma. La niebla era tan densa que no dejaba ver más que unos cuántos pasos adelante. Guilauma apenas conocía la lengua que hablaba el humano y, por supuesto, éste último desconocía por completo el idioma de su pueblo; y poco entendía del dialecto humano en el que Guilauma se intentaba hacer entender. Pero de todas formas, al oírlo, se relajaba, y, sin soltarlo, lo contemplaba ansioso. Así fue como Guilauma supo el nombre de su raptor y que provenía del sur, donde la tierra no era tan helada. Intentó ser lo más sumiso posible. El humano reaccionaba bien, no tenía arranques violentos ni nada parecido, solo lo llevaba intuitivamente agarrado como a un botín.
Fue de la bruma de lo primero que Guilauma le habló, gesticulando mucho con su brazo libre, de verdades y leyendas que sabía sobre la bruma. Eso ocurrió cuando Alios asomó por novena vez en el cielo desde que se encontraran por primera vez, produciendo una extraña claridad entre la neblina. Al décimo viaje del astro sobre el cielo anaranjado, el humano, sin darse cuenta, dejó de sujetar a su presa.
Cada vez hablaron más y más. En realidad el humano lo que más hacía era preguntar, sólo en ocasiones intentaba relatar alguna de sus experiencias. Y, de charla en charla, ya los gestos fueron menos necesarios, los términos se hacían más entendibles o al menos se reforzaban las convenciones. Guilauma se sorprendió, su raptor no lo trataba ya con recelo. Si hubieran tenido más tiempo hasta podría haberlo considerado un “amigo”.

Nunca preguntó Xuread a aquel ser por qué no lo había abandonado. Anduvieron meses entre los desiertos glaciares y las montañas heladas. Luego llegó el periodo de oscuridad diaria, jornadas de incertidumbre, frío y desaliento. Guilauma usó su aura para generar luz y el humano aportó sus conocimientos sobre artilugios para sobrevivir a la noche larga.
A estas alturas Xuread era otro. Había abandonado a su pueblo para comprender el mundo y ser considerado mayor de edad, como era tradición entre los suyos pero nunca se habría imaginado el contacto con un ser que parecía venir de otro mundo. En aquellos días, no obstante, empezó a notar algo extraño. Aquel ser parecía conocer el mundo más que él mismo y Xuread llegó a verlo como a un maestro. Se sintió incomprensiblemente un extraño en su propio mundo.
La presencia de Guilauma era un doble regalo; por un lado era una inmensa fuente de información y, por otro, descubría cuán sorprendentemente le importaba a él mismo el prójimo, aunque fuera un extraño de otro mundo.
Bajo la oscuridad permanente, Guilauma comenzó a hablar del futuro del universo y de las previsiones que su pueblo había hecho, de qué partes de aquel mundo dejarían de ser como son, y de cómo la tierra y la forma de ser de la gente que lo habitaba, cambiarían.
Cuando el tiempo oscuro pasó, Xuread pudo ver mejor a Guilauma y se percató de que no estaba bien. Su cuerpo tenía síntomas de debilidad, aún cuando su ánimo seguía como siempre. Comprendió entonces que la fuerza del espíritu de Guilauma le mantenía vivo y que ser la compañía de Xuread le había alimentado bien el espíritu. Sin embargo, había hecho grandes esfuerzos en los últimos meses, demasiado para los de su raza. Había usado mucho de su interior para conservar el calor de ambos y crear la luz sin la cuál no habrían podido avanzar, además de mantener las funciones vitales de su cuerpo. El ser dijo algo de rituales en su hogar, una de las formas con la que ellos alimentaban el espíritu.
Xuread supo que el agua alimentaba su piel y mantenía vivo su cuerpo. Así que se esforzó en buscar una charca. Cuando dio con una lo depositó en la orilla, con cuidado para que el agua bañara su piel. Pero comprendió también que ya ni el agua conseguía evitar lo inevitable. Era demasiado tarde. El ser se moría. Estaba determinado por su naturaleza que su fin así habría de ser.
—Si tuviera una nave espacial y supiera cómo se maneja te llevaría a tu mundo. Pero jamás he visto una de ellas—le dijo Xuread mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Lentamente, acarició su rostro y, entonces, una sensación extraña le recorrió el interior de su propio cuerpo.
—Éste es mi mundo—Xuread notó las palabras de Guilauma dentro de él como si formaran parte de sí mismo.—Tellit.
En el momento en que el último halo de vida se escapaba de aquel individuo, Xuread tuvo una revelación. Comprendió con extrema claridad cuánto había aportado aquel ser a su propio espíritu, cuánto le había alimentado de conocimientos. Pero, sobre todo, comprendió la verdad que no había entendido hasta aquel momento. Aquel ser no era un alienígena. Aquel ser pertenecía más a aquel mundo, Tellit, que él mismo. Supo que, en algún momento del lejano pasado, antes que los humanos colonizaran por completo aquel mundo, ellos les habían dado el nombre de místicos a aquellos seres autóctonos de Tellit. Pero hacía ya miles y miles de años que los humanos habían olvidado que ellos eran los huéspedes que ocuparon egoístamente un hogar que no era suyo relegando a los místicos a los rincones de Tellit donde el ser humano, el verdadero extraterrestre, no había llegado, el extremo y gélido norte.
Xuread lloró. Y se preguntó qué haría ahora él solo, sin la compañía de aquel ser, con todo lo que llevaba dentro, con todo ese conocimiento y con tantas preguntas...

martes, 8 de mayo de 2012

Un viaje emocionante

¡Hola!



Próximamente se va a publicar un libro de relatos algunos de los integrantes del grupo”Escritores en Acción”. Entre ellos está el relato "Un viaje emocionante", escrito por mí. Su precio es de 5,76€uros más gastos de envio, si quieres solicitar alguno puedes hacerlo aquí:






En el libro participan los siguientes relatos y sus autores:

Letras difíciles, de Nelson Madrigal Reyes (Perro Gemelo)
La Bibliotecaria, de Jaume Moreso Mallofré
Las Hadas de los Libros, de Susana Andrea Ocariz
Recuerdos, de Itsy Pozuelo
El premio, de Andos More
Oscuridad, de Juan Cuquejo Mira
Carta a Manolo, de Jesús Saiz de Omeñaca Tijero
El último libro, de Mercedes Palmer
Sólo un cuento más, de Eloy Cortés
Rocío no quería escribir, de Margarita Carro Gonzalez
Un viaje emocionante, de Sergio Sánchez Azor
Sueños en papel, de Rachel Allman
Mi desdeñado regalo, de Haizea López Martinez
Yo, libro, de Mª Angélica Teherán García
Lo impensado, de Daniel Campos Márquez
Cartas fantasma, de Patricia Escabias Prieto.





martes, 28 de agosto de 2007

Presentación

Hola a los que lleguen a este lugar.

Me presento.
Soy Ohlinn Karlsefni.
Tengo alma de pirata. Pues hace siglos fui un pirata.
¿Fascinad@?

No me extraña pues los piratas tenemos algo.
Si, algo. Nadie sabe como describirlo. A fin de cuentas, los piratas siempre hemos sido considerados simples ladrones de mar; en ocasiones desplazados, en otras, asesinos. Sin embargo, con el paso de los año hemos servido para dar al mundo sueños, sueños de mar y conquista, sueños de oro y alcohol. Pero, sobre todo, los piratas le hemos dado a la humanidad el sueño dorado de la libertad…
Os invito a vivir en el sueño. A probar el sabor de la sal del mar, al menos durante un rato, la lectura de cada uno de los textos que aquí suba. No sólo versarán sobre piratas sino también sobre múltiples temas. No os engaño: esta travesía os va a exigir un esfuerzo considerable. Tendréis que trabajar duro, vuestra supervivencia en el barco penderá de un hilo…


Bueno ya fuera broma, lo de antes es uno de mis primeros personajes en esto de los foros intepretativos, un vampiro muy peculiar, porque es al mismo tiempo pirata (el foro era sobre vampiros y de alguna manera tenia que meter por ahi los piratas que tanto me gustan xD). Me uno a esto de los blogs personales para colgar historias y tal.

Sin alguien llega hasta aquí, espero que les guste.

Saludos!